Desesperada lágrima que no sales.
Desesperante vida que no me bastas.
Con esas verdosas ganas
De romper el cielo y echarme a llover.
Pero que nunca sea hora justa,
Pero que nunca sea buen recuerdo.
Voy golpeándome por los callejones, murmurando algunos nombres,
Sintiendo que hoy tarde quizás sea demasiado tarde.
Sabiendo lo que escondes, lo que mientes, lo que protestas.
Como si de a ratos fuera mi propio sol el que se cayera en una noche vista desde el borde de un abismo.
Como si en este instante no hubiera estrella más allá de las altísimas paredes de este barranco,
Como si no tuviese lividez esta pesadilla que amenaza con derrumbarse y ni siquiera cumple.
Presagiando lo que jurarás, lo que yerrarás, lo que retumba
Desde el último punto como una bala amiga en la boca de mi estómago.
Vuelvo apedreándome las decisiones, silbando aquellas marchas fúnebres,
Zurciendo en mi piel la antigua herida de unos labios.
Hasta que ya no me importe la justicia ni me conmueva la piedad,
Y estallen mansos los nubarrones que me aterran, dándome vuelo,
Y esta muerte-
Que tampoco me basta-
Corra detrás de mí y no me alcance.