Para cuando Irene levantó su cabeza, el desfile ya había terminado. Una vez más, y sólo para asegurarse, preguntó a sus padres si los elefantes ya habían pasado. Para su pesar, su madre respondió afirmativo. Quiso llorar, luego se contuvo un momento y se dignó a preguntar que por qué no la habían despertado siendo que les había preguntado con tanto ahínco tantas veces si los elefantes ya habían desfilado. La respuesta tardó unos segundos en emitirse, e Irene pensó que su padre parecía molesto.
Mamá le aseguró que la habían despertado y que ella misma fue la que se negó a abrir del todo sus ojos. Irene supo que mentían, pero para no entrar en discusiones, bajó su cabeza y aferró nuevamente sus brazos al cuello de su madre. Con esto, su madre se detuvo e impulsó a Irene para que se bajara.
-No quiero- contestó poniendo su mayor cara de sueño.
-Estoy cansada, camina un rato, por favor.
-Pero tengo sueño.
-Irene, ¡por favor! Me duele la espalda.
Irene despegó su frente del pecho de su madre y descendió lentamente, como haciendo un drama de su somnolencia. Miró a papá por si ahora él le extendía sus brazos, pero comprendió que esa mirada perdida no era precisamente aprobativa para pedir favores.
Tuvo que caminar, largo trecho para ella, un par de cuadras para sus padres, los que disimulaban su malestar mirando fijamente cualquier cosa que pasara. Irene decidió que no preguntaría, a pesar que su curiosidad la llevó a inventar tesis bastante improbables. Cuando llegaron a casa Irene decidió encerrarse en su pieza, sabía que si no lo hacía, no pasarían ni cinco minutos y llegaría su madre a pedírselo encarecidamente. Mientras sacaba sus tres muñecas preferidas, escuchó algunos gritos ahogados y palabras encolerizadas. Tiró sus muñecas y decidió que mejor se acostaba un momento, porque durmiendo no se tomaban más decisiones. Cuando llegó su madre a despertarla ya era de noche. Sintió de inmediato cómo el hambre invadía su estómago, añorante de comida.
-¿Quieres cenar conmigo?
-¿Qué hora es?
-¿Como las nueve, quieres?
-¿Qué cenaremos?
-¿Dónde quieres ir?
-¿Papá irá con nosotras?
-No…pero dime, tú eliges, ¿dónde quieres ir?
Mientras Irene saboreaba gustosa su doble porción de helado, su madre la observaba tiernamente. Cuando su vista se topó con los profundos ojos de Irene, su mirada dejó su infinito y realmente se fijó en ella, atenta.
-¿Y tú no comes nada?- preguntó Irene
-¡Sí! Es que estaba pensando algo…
-Pero ya se te puso frío.
-Sí, tienes razón, pero sabes que muy caliente no como.
-¿Y qué pensaste?
-Pensaba que eres lo mejor que tengo; y luego... que veo que tenías hambre!
Irene no quiso responder a eso, a cambio le sonrió un momento y luego acercó la bombilla a sus labios, como rellenando el momento con jugo.