Hubo una flor llamada Verano, cerrada en invierno y abierta en otoño, que sucumbió a las altas cumbres de sus sentimientos para despojarse de uno de sus pétalos, el que más le dolía, el del corazón enamorado.
Caminó, caminó, extendió sus brazos a los abrazos del medio día y se enrolló en sábanas de buenos pensamientos andando por los párpados de la noche.
Le dolía, le chillaba, le arrancaba el quejido, le enroscaba el alma, ese dolor de pétalo, ¡Maldito dolor de pétalo! ¿Cómo hacerle polvillo de cuento de hadas del libro cerrado en primavera y abierto en invierno? ¿Cómo desvanecerse con el aliento que nadie percibe? ¿Cómo arrancarse el pétalo que tanto duele si su ausencia dolerá mucho más?
Al llegar a la cima, del lado contrario, notó un abismo que se reía de ella, la bella flor se contagió de carcajadas, quiso contenerse pero el viento helado del barranco, del fondo oscuro, del mar helado, le jaló el cabello y la invitó a caer. Quiso contenerse. De nuevo el dolor del pétalo. De nuevo contenerse. Y el dolor... ¿Dolerá mientras se cae en el abismo?
Y la flor vacía se dejó abrazar por la caída, y la flor vacía ya no notó el pétalo dolorido, y la flor vacía ya era un abismo desde antes, y este abismo la unió al mar, al universo, a la nada, al otro vacío, al abismo.
Y la flor sigue cayendo y yo la siento, sin pétalo mal herido. Yo la siento.
Shalom Ferrin