FrancoBouzas

EL HAYEDO DE OTZARRETA Pt 1

 En la copa de un Haya, recostado y comiendo semillas se encontraba un pequeño duende color naranja que, mientras miraba las estrellas, le gustaba pensar en muchas cosas.

 Tardor era el único duende que vivía allí. Todos sus amigos se habían ido hace mucho tiempo a otros bosques o lugares más mágicos. Además, no podía abandonar a los árboles y criaturas que habitaban el lugar. ¿Quién se encargaría de jugar con las ardillas, peinar a los árboles o ayudar a hacer madrigueras para resguardarse del frio?

 No, eso no podía ni imaginárselo. Prefería una vida en soledad antes de abandonar el bosque que tanto quería.

 Pero por las noches, sumergido en un mar de reflexión, se sentía muy solo. Allí las estrellas le hacían compañía y bailaban ante sus gigantes ojos negros. Cada una, según le parecía, era el recuerdo de un Dios mucho más grande que los conocidos, y que todos en el mundo éramos un sueño que se iba apagando. Cada estrella que brillaba con más intensidad, era algún trauma o momento clave de este Dios, y las demás, las que le hacían compañía en el firmamento, otros recuerdos menos recurrentes.

 Él gozaba esforzándose, buscando entre sus estrellas, las cosas que había vivido en su longeva vida hasta que Anjana, el hada de los sueños, pasaba volando por encima de él y lo sumía en unos dulces y reconfortantes sueños

 Al día siguiente, mientras se disponía a iniciar con sus tareas diarias y caminaba hacia el rio en busca de agua para llenar su cantimplora, a sus largas y puntiagudas  orejas le llego el sonido de una dulce voz proveniente del claro que estaba a unos metros.

 Él no lograba deducir de quien era ese cantar tan melodioso, pues en el claro solían habitar solamente los rayos del sol y algún que otro conejo que se había perdido. Así que agachado y cubierto por una gran hoja que había caído al suelo, se acercó lentamente y observo desde unas ramas a quien se había instalado ahí.