Entraste en mi puerto
penetrante musgo
asido al frío peñasco
en pródiga actitud de entrega
y fuimos uno
sublimados en el beso
que hizo arder la arena
cómplice extasiada.
No en vano te soñé,
dulce labradora mía,
esparciendo tu semilla
de púrpura encendida
en valle plácido.
Arribaste a mis playas
siempre lánguidas de espera
y te amé desde el alba
hasta el ocaso.
Zozobro aún en el océano
de tu piel bendita.