Nadie supo cuándo sobrevino
a mi vieja barcaza de soledades
(agonizante como tarde que se traga la noche)
la canción casi olvidada del rompeolas.
Nadie supo cuándo asomó
entre los barandales de mi existencia
la esperanza errante en mi perdido puerto
ni cómo de pronto en los meandros
de la memoria infiel
para hacerte espacio se fabricaron
nuevos engranajes.
Nadie supo cuándo ni cómo
el huracán que ardía en tu pecho
estremeció las mustias y atormentadas
cuerdas de mi alma,
farallón donde se quebraron todas las palabras
construidas sobre las colmadas colinas
de tu piel gozosa.
Nadie supo cuándo esta embriaguez de ti
se disipó en el profundo bosque
donde sobrevive tu nombre de gacela indómita.