Ya nadie podrá colmar mi sed
en tanto que la huella perdure en el ocaso.
Cada arremetida del mar contra el farallón dolinente
devuelve intactos los latidos
que hiciste míos en el beso y en la herida
de esa fresa nacida en tu boca tibia.
Te reconstruye mi voz en el éxtasis primario,
vano intento de embelesado artífice
a la caza de una estrella que apunta hacia el olvido
dejando tras de sí el celaje gris
que hace presumir el crudo invierno.
Si crujen mañana las paredes
siempre cálidas de tu alcoba
será porque dejaste abierta la ventana
para que te sobrevivan mis huellas
y en un arrebato de inaudita magia
me llene de tu sexo sublimado. . .
Si crujen mañana las paredes. . .
será porque te pienso todavía.