Para elevar a Dios el pensamiento
Y admirar su poder en los espacios,
No es necesario un mar siempre violento
Ni un sol que vierta luces de topacios.
Basta un valle alejado de rumores
Al que se llegue por oculta vía,
Que embalsame el ambiente con sus flores
Y que temple el ardor del mediodía.
Basta fijar la vista en el lucero
Pálido y triste que en las noches arde,
Y escuchar el quejido lastimero
Del ave errante al expirar la tarde.
Basta el roció que en las hojas brilla
Y que el rayo del sol pronto evapora;
Basta el río en la desierta orilla
Mirar el sauce que se inclina y llora.
Basta la sombra con la luz mezclada,
Basta el insecto que en el aire zumba,
Basta la flor que nace abandonada
Y se marchita al borde de una tumba.
Basta la hierba en el verjel nacida,
Basta un arroyo que fecunde el suelo,
Una espiga de trigo bendecida,
Un pedazo de selva, otro de cielo.
La Natura es el libro en que se admira
La grandeza de Dios, do se halla escrito
Ese poema que al mortal inspira
El himno arrobador al infinito.
Su página más íntima y obscura
Un rayo celestial de Dios refleja
todo en el mundo tiene su hermosura,
Menos aquel que de su amor se aleja.
Así, el manto flotante de los cielos
Que Dios tendiera con su excelsa mano,
Se refleja, sin límites ni velos,
En una gota como en un océano.
De. Martín García Merou (Argentino)