A mi abuelita Luisa Valero Valero, quien hoy, 19 de agosto, hubiese cumplido años.
I
Pilares de sombra en medio de la nada
quebrados en la noche, de un gris empercudido
por el cuero quemado, el hueso machacado
sin el resplandor de sus ojos de aldaba.
En las mañanas habitaba la leche,
su mano tejía mejor que Ariadna
los hilos con que zurzo temores
muchos temores mi amor.
Mi letra ha perdido sentido,
los abuelos han muerto
en la roída ciudad, en la isla lenta
sostenían el techo.
II
Pilares de sombras en medio de la nada,
abiertos a la noche plomiza.
Sombra de cedros de un gris opaco
huelen a cuero quemado
rechistan cual hueso roído por el fuego
que apalea el hombre amarillo
del servicio funerario.
La que fue ojos azulísimos
en rostro surcado de arar aceras
en busca de pan, desenredaba
la turbia incertidumbre en mi cabeza
incertidumbre al despertar,
desespero, maldita furia
contra el trapo que cae de mi hombro
a los zapatos, maltrecho
como si hubiese sido confeccionado
por costurera en pena de sexo.
Abuela batallaba el tizne, la gotera,
la marejada de este excesivo
tiempo sin tocarnos.
Este infinito tiempo de despedida,
me deja con abuelos muertos
sin manto de estrellas,
sin festín sin tabla,
sin navidad, sin uvas
uña que descarna
la sombra de fantasmas,
pilares de sombras,
cedros en el Mar de Nada,
hilos extendidos, hilos de nubes,
hilos de baba, hilos de meada
que se deshace y me obliga
a regresar a casa sin ventanas,
sin puertas ni mecedoras
bajo el triste bombillo de 40 watts.
Ha terminado la última batalla,
bajo bandera han partido
los peladores de naranjas.
Con el pie tieso
transpiro rústicos lamentos,
no queda absolutamente nada
donde anidaban.