Donde las nubes apenas besan lentamente las verdes cumbres,
donde se vuelve al vientre húmedo y tibio de la Pachamama,
nuestras amargas dulces verdades se entrelazaron y se enredaron,
bajo la tibia lluvia amazónica su primitiva y elemental música danzaron.
Me mostraste tu alma herida y yo la mía llena de arrugas y soledades.
¡Oh tu preciosa varonil joven apariencia con su sonrisa mas bella!
¡Oh tu blanca sonrisa llena de futuristas inéditas promesas!
Derritió el iceberg, gélida celda donde mi corazón escondido yacía
y que poco a poco sin notarlo en suicidio lento se moría.
Sentados sobre una inmensa roca, soñando sobre el río,
me trazaste permanentemente felices y alegres cicatrices.
Me enseñaste a gozar el momento sin falsedades ni tabúes,
tú a tu corta edad y yo en mas de la mitad de mi existencia.
Que momento, que dicha del simple disfrute de tu presencia!
Liberamos nuestras risas al aire y juntos miramos con ojos espirituales
las alegres cascadas, los vibrante árboles y el alocado río.
Yo con mis ojos rebosantes de siempre presentes memorias,
y vos con los tuyos hambrientos de futuros imaginados caminos.
Con tus ojos aprecié el velo vivo y danzante de las caídas de agua,
con la pureza que solo el agua cayendo y cantando te regala.
De tus manos fuertes y varoniles corrí por la selva descalza.
Me quitástes los inmensurables pesados zapatos del miedo
y sin membranas pisé el barro pegajoso, sedoso y sensual.
Lo pisé con mis pies, con mi corazón y con mi alma,
sintiendo mi juventud blanca y olvidada emanar
entre las oscuras ropas del espejismo de mi edad.
Fuíste aventurero mi compañero en la selva,
recibimos agradecidos sus bruscas resucitantes caricias.
Por un momento inolvidable me regalaste la belleza,
la belleza firme y brillante de la corta juventud,
su risa fresca sin pasado, sin culpas ni solicitud.
Gracias amigo por un tan inesperado inmenso regalo,
por un instante de amor puro de abrazos y cogidas de manos.
Nuestras huellas quedaron juntas escribiendo la historia
de un momento místico en el sagrado barro.
Un día lleva tu nombre en las hojas del árbol de mi vida,
tu nombre eternamente bello y joven,
Xavier, la risa varonil y alegre de mi amada Selva.