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ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA:
Ha de habitar el hombre, ser curioso y circunspecto, destinado a morar entre medias de infierno y nebulosas…
sp; A siglo XXI, nueva era de cambio , del hombre de las cavernas, al intelecto habilitarío.
Era de las nuevas promesas, en las que el hombre, ha amado, ha vivido, ha creado milagros con sus propias manos, inventando ciencias que le superan en pretensión y soberbia, así como con caníbales armas para la aniquilación. Época de pensamientos, reflexiones y reflejados, sobre memoria de lo ya vivido, de lo ya pasado; sobre lo que ha habido, sobre lo que puede ser. Momento presente de trémulos recuerdos y fuertes vivencias alentadas en esperanza de lo que ha de venir.
En la “tierra conocida” como única y vívida morada de bosques, animales y aguas que ruedan como rueda el mundo, que es su casa, morada de pretendidos dueños soberbios de todo lo habitado, visible e invisible, entre el cielo y la tierra. Contruirá la tierra los pilares de su existencia y progenie. Generaciones de seres perdidos y alienados dentro de su propia existencia; ociosos de su propio ocio y el reloj marca sus pasos, los segundos de arena que siguen y siguiran marcando la época de los Dioses.
Ahora las aguas que me arrojaban a las cataratas de la desolación hacia pantanos enfangados de ira, miedo y locura, ceden su cauce, hacia remanso sereno de la calma interior.
Ya pararon las tormentas de las aguas del monzón, tan necesarias como temidas. Agua de vida que riega y alimenta, agua que nutre la tierra, que nos da los frutos que nos sustentan, pero que a su vez arrasas y corta las raíces de las plantas en su torrencial paso.
En el lago pantanoso del segundo reloj me encuentro, suspendida , entre el cielo y la tierra, luz del espíritu y aliento del cuerpo. Sol, agua, tierra y el aire que respirar, acunan al ser en su camino, acompañando por la memoria de la progenie que estuvo.
Con un solo segundo, perteneciente a la divina eternidad que le engendra y engendrará, por los siglos de los siglos, hasta que el aire y la luz que se fundan en la madre tierra que nos vio nacer. Entre le cielo y la tierra, condenado y bendecido a morar hasta que se cure su ceguera de la ignorancia, que ha nacido con él, y los días de su calendario trataron de arrastrar.
13/01/2002 ALAITZ.