Era un atardecer tan reluciente como el propio sol en el mismo cielo azul. Y en el monte y en la pradera un río de agua de un rico manantial. Era hermoso entre el frío y el calor de medio día del día de ayer. Y en el horizonte una mirada tan cristalina como aquella agua de cristal. Y se hizo como el cielo, y más aún, tan hermosa como el cielo de vidrio y tan transparente como el mismo rocío del amanecer. Y fue por aquella vez, que se hizo granizo en el cielo, y cayó lo que en apocalíptico momento se tenía que observar. Y era como el cielo o como lo invisible de poder ver y creer. Era el agua de cristal, que aún navegaba entre su cauce, era tan real como las lágrimas de los ojos, tan real como el rocío del amanecer y más aún como el cielo mismo. Entonces, sucumbió en distracción todo aquello que se llamaba agua de cristal para convertirse en un hermoso y de una corteza tan dura como lo es el hielo en una cubeta para el refrigerador.