Antes de que me confirmen tus palabras
lo que tus ojos llevan tiempo insinuando,
rescatemos del naufragio nuestras ganas
y la tempestad decidirá hasta cuando.
Mal ha de ser que el temor nos retrotraiga
a las caricias que hemos ido enterrando.
Antes de que la monotonía ensalce
el desprecio, cubriéndonos con su manto,
impidamos que por encima nos pase
la irreversible sombra del desencanto.
Total, no es de extrañar que el mañana calme
el mar ante el que nos sinceramos tanto.
Antes de que la decepción haga añicos
este desconchado castillo de arena,
pongamos a buen recaudo los vestigios
en que dábamos toda ocasión por buena.
Teniendo en cuenta que la apatía vino
sin llamarla, ha de llevarse cualquier pena.