Y mataron al hombre, no al poeta,
en aquel trágico y funesto día
tu voz callaron, no tu poesía
que penetró en mi pecho cual saeta.
Tu alma de sueños y de duende inquieta
rebosante de joven alegría,
encerrada la guardo en mi abadía
que con tus versos mágicos se aquieta.
Tu muerte nos dejó tantos pesares
que aún perdura tu recuerdo ahora;
mas te fuiste soñando en otros mares.
Jinete meditando tras la aurora
una noche de luna entre olivares.
¡Y echándote de menos mi alma llora!