Cuando el cielo se me caiga encima y me deje plasmado en el suelo ya destruido,
lo apartaré a un lado y acomodaré mis resquebrajados huesos,
me levantaré oyéndolos crujir,
mis falanges rotas cual tridente pincharán un pedazo de la carne putrefacta de la tierra y
con la mandíbula dislocada lo masticaré hasta haberle sacado lo último de su hediondo sabor,
alinearé mis vértebras dejando al descubierto lo que queda de mi tórax,
erguiré el cuello torcido para apuntar mis vacías cuencas al horizonte ardiente,
iluminándolas con el fervor del cataclismo,
marcharé hacia el frente arando el polvo con mis rodillas,
arrancaré mi alma del pecho para sembrarla,
y subiré a la colina más alta, para ver como se forjan las cenizas de la existencia.