Él, la tiene siempre cerca,
como parte de su vida,
sin protestar lo acompaña,
es el hada que lo espía,
serena en cada momento,
mostrando el raro carisma;
que causa sutil embrujo,
misterio que lo cautiva,
y hace que la necesite,
como su mejor amiga.
Cuando los vence el cansancio,
y la noche los cobija,
duermen quietos muy unidos
deteniendo la clepsidra,
arrullados por la luna,
bajo musical llovizna,
ella se aferra a su cara,
él se pega a su mejilla,
algo real pero abstracto,
una imposible conquista,
por ser la divinidad,
una misteriosa ninfa,
que parte hacia las estrellas,
donde plácida levita.
Dorados rayos penetran,
adornando la cornisa,
sobre la vieja ventana,
un pájaro alegre silba,
su mañanera tonada,
belleza que queda escrita,
por la pluma de un poeta,
que logra perfectas rimas.
De nuevo por los caminos,
avanzan por la campiña,
el sol con su luz los cubre,
se ven albas margaritas,
ella se adelanta un poco,
él muy curioso la mira,
ella lánguida lo espera,
porque cerca lo divisa,
el sol está en el cenit,
forman solo una pupila,
se trenzan en un abrazo,
tienen la misma costilla,
él alegre y muy sonriente,
como aquel niño bromista,
emite un sonoro grito:
¡Ya te alcancé, sombra mía!