Anocheciste llorando
porque tu oro ya no era,
el que secaba caprichoso
el sonrosado pómulo de Baco.
El que descosía sonriente
los pespuntes de labios marchitos.
Y tu llanto ascendía
por muslos de ligueros rosas,
carril de dirección única,
olor a colonia defensiva,
espolvoreada
por las esquinas de la habitación.
Entre dientes escupes
cuerpos de mujeres rociadas
de gin semen, luna con cerco;
ahora no alcanzas a llamar
a sus puertas,
quedaste con las nalgas en el suelo
abrazado a una sombra.
A un amigo.
Ellos, los de siempre
(portadores de la verdad, de las ansias,
amantes de horas infinitas),
gritan tu nombre.
¡Ay amor!
Yo no quiero ser esclavo
de azulados burdeles. ¿Para qué si no
la luz del Sol broncea figuras
en la arena?
Llega a mi, aderézame silbando
canciones de marineros.
Duérmeme en las doradas
dunas.
Junto al viento.