No quiero que madrugue contigo
el ansia migratoria del sol
cuando un puñado de alacranes
me carcome las sienes
desesperando al viento de los balcones
y empujándolo bajo tierra.
Una flor rosada con foco penetrante
se acomoda y bebe del blancor
reflejado por el alba tras los cristales
asomándose lentamente
esperando que el gemido
de los campos grises prevalezca.
Gota a gota se desnuda la ciudad
que cerca el secreto de la melancolía
y su rostro gris como la pena
poco a poco se levanta
entre palabras que corren y lloran.
Yo golpeo las tristes nubes de plomo
cada vez que el cielo se despierta.
Pero no hay nadie, nadie que bese
los astros con sus sueños.
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