Quedaron vacías las praderas,
olvidadas las verdes veredas
que solíamos recorrer juntos
en cálidas tardes de estío,
mientras las risas y canciones
iban de tus labios a los míos.
Murió en el silencio la canción
que cantásemos a una voz,
empeñadas las herramientas
que empuñamos entre los olivos,
mientras el olvido se adueña
de los rescoldos del recuerdo.
Quisiste tornar en vergüenza
aquello que tanto adoramos.
Ginevra de mis desesperanzas,
que quisiste lavar tu perfidia
y blanquear tus viles manos.
Recuerda que en el tibio lecho,
donde ahora un extraño yace,
ferviente juraste eterno amor.