Miro para el cielo y lo veo tan azul que me encanta. Es una de las ventajas de este tiempo, que aunque no con demasiada frecuencia, podemos disfrutar los que vivimos aquí, de esos días en que no hay ni una nube en el cielo. Todo tan azul, de ese azul celeste, que nada más mirarlo, te pierdes en él.
Muy a menudo llueve, está nublado, o hace frío. Claro que lo que caracteriza a mi ciudad es la lluvia. A mi cuidad si se viene hay que conocerla con lluvia. Yo suelo decir que es una ciudad pero de piedra mojada, y parte de su encanto radica en ello.
Yo que vivo en ella, ya estoy cansada de verla mojada, empapada, de ahí que agradezca tanto estos días.
Hace calor, pero no me importa porque un cielo tan azul lo compensa todo. Son las ocho y veinte de la tarde, en tres cuartos de hora anochecerá y a lo lejos el cielo se irá virando a rojizo, lo que indicará que mañana será un día similar a éste en que se me regalará de nuevo un cielo azul. Y la verdad que eso unido a que será ya viernes con dos días por delante de descanso... ¡No tiene precio!.
Así que aquí estoy, en mi mejor momento del día, sentada en el campo, con esa mezcla de olores, como ya he mencionado otras veces, a manzanilla y menta, y con la mejor compañía del mundo,mi fiel Dolita, que ahora se le da por espantar a todo ser viviente que se me acerca, lo que agradezco infinito y así despedir el día como se merece con la confianza de que mañana sea un día similar y nunca peor.