Cuando os conocí, erais duros, altaneros y altivos,
me mirabais retadores con ojos erectos
y levantabais el vuelo cuando mis manos pretendían celaros.
Jugabais con mi deseo y os gustaba mostraros
poderosos y firmes a través de los velos.
Saltabais de júbilo cuando intentaba alcanzaros,
pero vuestro vuelo era raudo y mis alas no llegaban tan alto.
Cuando ya rendido, abandoné la caza
os posasteis una tarde en mis manos
y os tornasteis tiernos, mimosos, perfumados.
Mis manos temblaban cubriendo vuestro nido
y mis labios a penas osaban rozar vuestros picos acerados.
Os sentía vibrar como palomas cautivas en mis dedos
y mi lengua calmaba vuestra sed con creces
y brotabais de nuevo y florecíais
ante el calor de mi boca enamorada
desprendiendo un perfume que prendía mi cuerpo
como una antorcha impregnada en brea.
Han pasado los años, y ahora sois más tiernos,
vuestro plumón es suave, vuestros picos dulces,
oléis a miel y a leche con canela
y mis manos aún tiemblan cuando os celan,
Y mi cuerpo se encrespa cuando huís del nido.
Hoy me quedo dormido en el alero
con la boca prendida en vuestros ojos,
pajarillos divinos que me eleváis al cielo
cada vez que en mi boca, levantáis el vuelo.