Mujer que vendes tu cariño noche tras noche
debajo del marco de una puerta,
con una pasión desierta,
siendo tan solo una vulgar oferta
para todo hombre que reproche un cariño
y busque por un momento asilarlo en tu corpiño.
Presentando tu belleza a los varones,
mostrando ligeramente tus pezones
durante la madrugada,
mientras cariñosamente finges ser de tus clientes la amada.
Con unos labios carmesí,
una piel que va contando tus años
y unos ojos que brillan llenos de ilusión
de que un día llegue un hombre a conquistar tu corazón.
En una esporádica habitación
que es testigo de tus sueños
y que también es sapiente
que todos ante ti mienten
mientras te prometen un mejor futuro,
más sabes que su prometer es un vago perjuro.
Oh mujer en el sexo complacida,
haciendo de éste la parte más indeseable de tu vida.
Tan sólo haciendo de tus gemidos una vaga cubierta
de la parte más profunda de tu huerta.
Oh mujer, que ofreces tu desnudez
pernoctada a un sitio secreto y sagrado,
dentro de la pesadez de no haber encontrado en tu vida a un amado
y haciendo de tu ilusión solo un sueño soslayado.
Perla del más sagrado solio,
mujer soñadora que mendiga inciertamente
que el amor llegue a tocar su puerta.
Intrínseca mujer, que haces parecer
de un día un racimo de años
en medio de un barullo
de tu más secreto murmullo,
nítida mujer con pureza engendrada,
soñadora, mal amada
que hiciste del amor una guerra
Sagrado ángel impuro,
que haces de tu cuerpo un prostíbulo,
sacro ser de llanto nutrido.
Soliloquio de mujer,
varonesa de llanto llena
abandonada en tus incipientes penas
y de un anhelar que tan solo la muerte lo puede llenar.
Un calvario maldito ha llenado tu vida,
esa maldita herida en ti inmiscuida
que llega a ver cada sublime alba
rogándole a tu Dios que reclame tu alma.