La parca nos va siguiendo.
Ladinamente te acecha.
Se enreda entre los andares,
como a la pared la hiedra.
Sabe esconderse en los pliegues,
de la piel que la soporta.
Y en un sutil pensamiento,
pérfidamente se mofa.
Va mirando de soslayo,
como haciéndose la tonta.
Pero celosa vigila,
cada tenue maniobra.
Acecha como un felino,
camuflada entre las sombras.
Su mirada sibilina,
cada barrera perfora.
No se inclina ante alabanzas.
Ni se rinde ante la sorna.
Camina como una reina,
con su tétrica corona.
La capa de negro vuelo,
emboza su negra sombra.
Con un halo de misterio,
amortajada y burlona.
Anda clandestinamente.
Pegada a la piel transita,
como el sudor que la cubre.
Entre los poros se hunde,
con servidumbre fingida.
Atenta a los movimientos,
como el ojo de un gigante.
Parasitando la vida,
en su devenir constante.
Rozando la sinrazón.
Pero plena de conciencia.
Va acompañando al poder,
a reos, músicos o poetas.
Al ateo y al católico.
Al honrado y al ladrón.
A seglares y canónigos.
No perdona a la realeza,
ni desprecia a un pobretón.
A todo el mundo acompaña,
con singular devoción.
No reniega de la raza.
Ni el idioma ni el color.
A veces clava sus garras,
en la pena y el dolor.
Con algunos se recrea,
a otros coge a traición.
Y con altivez se acuesta,
con la vida sin temor.
Déjanos que completemos,
el camino a recorrer.
Al final acabaremos,
en tus brazos sin querer.
A.L.
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