Habían crecido los árboles
exteriores,
ellos ya no estaban
eran otros;
y viejos amigos celadores
muy queridos y más viejos.
Y cada rincón abrumador,
sus mensajes...
Las murallas altas, paredes casi
casi insalvables;
maderos tirados, paredes
con pintura fresca.
Y de pie, compungida y pálida
y esperanzadora
con su traje antiguo albo-azul
la Inmaculada en su gruta,
abandonada.
Y ese alguien que volvía
solo a consolar
humedecidos los ojos pero alegre,
y mirando en el pasado
los hoy rostros ausentes
y figuras que fueron tanto
en esas horas
colmadas de instantes extraños
supremos, angustiantes, claroscuros,
irreales.
Volvía musitando los nombres
bien adentro grabados
que le llevaron amor;
y volvía libremente
con afecto y adhesión.
allí los caminos plasmados
de carreras de inocentes pies
de lejanos niños
-pequeños visitantes-
juguetones.
Y al fondo las montañas
y las nubes, el cielo
y los bosques:
algún campanario que lejano
revive esa ansia pasada
de la urgente justicia
y eterna libertad.
Bolívar Delgado Arce