Reposando aún sentado
sobre la pila vertiente
pensaba que inocente
estaba algo tarado.
Con un libro en la mano
y su traste ya lavado
lo leía emocionado
el gusto de ese humano.
El pobre ya se creía
para milagros nacido
porque en su cuerpo adherido
sabía lo que poseía.
En cada pie seis dedos
blancos y sin uñas tenía
blancas pieles tocaría
y desataría sus enredos.
Ya que era un hábil zagal
rápido en el trabajo
sin dar el menor tajo
lo haría sin ningún mal.
Pensaba que se moveía
de los pies a la cabeza
haciéndolo con certeza
la oveja sin lanas quedaría.