Noctámbulo Adicto.
Habito la madrugada y me confieso adicto.
Prefiero que en mi espalda queme la luna y tener las estrellas argentas de cómplices y compañeras, únicas testigos.
Los habitantes noctámbulos son los más divertidos. Nunca estoy solo me acompañan siempre felinas y panteras, somos los que siguen masticando podridas alegrías muertas, somos, los colmados de desilusión, de alcohol y de cantos.
Por eso amo las calles, amo la ciudad de noche y la recorro casi como recorro tu piel, pau-sa-da-men-te, alegremente, sin atajos pero lleno de rodeos para ganar tiempo y voy dejando el eco de mi risa y mi halo alcoholizado por casi cualquier obscuro rincón.
A fuerza de humo gris pesado fui quemando los fantasmas que antaño me atormentaban. Así, quedé yo y sólo yo para perderme entre las sombras, entre estos dulces vapores que vomita mi garganta, para perderme junto con las demás gárgolas que transitan conmigo. Hasta que el sol, juez ígneo y perfecto aparece redondo sobre todos nosotros para revelarle al mundo nuestras falsas formas. Los vestigios y pedazos de lo que éramos hace unas horas.
Por esas horas cuando el sol todo rincón domina y dora; a balazos de dedos apuntando quieren batirme. ¡No podrán! Éste maltrecho y errante pasajero era a la sombra y a contra luz un formidable y valiente guerrero que apretó y estrujó, que mordió y bebió, que amó y probó todos los prohibidos frutos negros de la noche citadina.