Recuerdo una vez que discutimos y tú muy alterada dijiste una palabra fuerte, no, te dije, esa triste suerte no cabe en lo que ahora vivimos. Me dejaste de hablar por unos días hasta que reaccionaste y de corazón te disculpaste, volví a reír y tú también sonreías. No hay nada qué perdonar, te dije cuando pediste que te perdonara, me pediste que no te abandonara... yo sólo dije: olvida la pena que te aflige. Hoy fue al revés, yo protesté por tu cruel indiferencia, y no tuviste la amable deferencia de perdonarme porque me molesté. Así es la vida, a veces muy injusta, perdonamos y esperamos el perdón, pero perdonar es un precioso don destinado solamente a un alma justa. Te fuiste y te llevaste tu desprecio, ojalá que te amen igual que yo te quise, lo que estuvo en mis manos, eso hice, hoy pido porque no pagues el precio. Que Dios te libre de desprecios, que te mande un hombre inteligente, que te quiera y ame dulcemente, que te libre de esos amores necios.