Cubreme, envuélveme con tus alas, bendito ángel mío...
Lléname, cólmame de la luz que invaden tus ojos, al mirarme sonreír...
Socórreme, ampárame con tu eterno amor, una vez en tanto y cuando me hagan daño...
Purifícame, purga cualquier tristeza persistente, y pon tus labios en mi frente...
Sométeme, conquista esta constante rebeldía, con la ternura de tu piel junto a la mía...
Apiádate, compadécete de este equivocado ser, que contempla el amanecer al sentir tu calidez...
Ven, acompáñame como siempre ángel mío, y perdona mis agravios...
Pues solo trato ser la suave brisa que va endulzando siempre tus pasos...
No me dejes, nunca me faltes venerable milagro matutino, pues aunque la muerte aterrice y los años nos martiricen, este dulce amor; perpetuo y suave amor que nació incluso antes de mi primer berrido, no terminara ni en nuestros últimos suspiros.