Yo no estoy donde está ella,
ella no va donde voy yo,
pero ella y yo estamos
por donde quiera que vamos,
y no importa si es verano,
o si el otoño
va arrancando
los dientes a los árboles,
o si la brisa congela
las pancartas por las calles,
o si quedo sin luz
el polo norte
y la gran osa blanca se durmió.
Nada de eso nos separa,
no puede deshacerse
lo que el amor,
con sus brazos desnudos unió,
y nos vemos a oscuras
o cuando contamos
las manchas magnéticas del sol,
cuando comemos frutas,
o sentados al fondo de un salón
repleto de miradas,
que no saben
por qué sonreimos a solas,
mientras nuestros ojos,
flotan en el país de Alicia.
Eduardo A. Bello Martínez
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