A. Martinez

Un lugar nuestro.

 

El oro del sol daba a la tierra
su color de fuego transparente,
nada se interponía entre la mirada
y la pureza de la luz,
estallando en un montón
bien arreglado de tonos,
una paleta repleta de llamadas,
sonidos audibles de la mañana,
que veía mis zapatos elevarse,
sin deseos de abandonar la tierra
donde quedaba el perfume de ella
y restos de mi coraza desarmada.

 

En un cada vez menos visible
punto de aquel mapa
se agigantó a besos la sonrisa,
y la felicidad mezquina,
nos dio su leche más blanca
a grandes cucharadas;
allí quedaron viviendo mis ojos
prendidos a los de ella,
nuestras voces encerradas
en un turbión de muchos besos,
el aire que fue nuestro impulso,
una cama que nos guardo el secreto.

 

Eduardo A. Bello Martínez
Copyright 2018