Esa tarde que el viento
acariciaba tu rostro silencioso
bajo el calor de un astro luminoso
callados y en postura vertical
los árboles te vieron pasar
ibas con una sonrisa contenida
que en tu rostro no osaba aparecer
pero en el fondo de tus ojos,
un espejo esplendoroso
reflejaba paradisíacos jardines,
trasmitiendo brillos sin igual
eras, la más dichosa y hermosa
crisálida que había aprendido a volar,
solo con ese beso colegial
que en tus núbiles labios
estampé temeroso de poderte herir
en la fragilidad de tu ser
te marchaste apresurada dejando en mis manos
el pañuelo humedecido de emoción
que soltaste al dar la media vuelta
y hasta ahora, que el tiempo ha pasado,
no he podido volverte a ver…
Copyright © Rodolfo Dondero Rodo
30.08.16