Las horas que fueran nuestras.
Se van a tender las lluvias y el viento sobre mi espalda. La noche aislará a los astros en lunas de la esperanza.
Se van a agrietar mis labios. Se van a esconder los besos. Con ecos de la otoñada, me van a mover los vientos.
A ti te hallarán llorando y el día perderá el alma. Y no habrá quien te sumerja en medio de las palabras.
Y cada vez que amanezca, en cada silencio espeso, al verde de tus rocíos le van a colgar recuerdos.
Se van a nublar las horas de manos sobre tu piel. Un hombre seguirá andando y viendo el amanecer.
Se van a apagar los soles que entraban en tu balcón y el mundo estará distante al ver alumbrar tu voz.
Del aire al costado pleno que hiere hasta hallar la muerte, verás como los espejos al valle tempranamente.
Con brujos y moradores de lúcida paz torcida, el hombre verá el camino debajo de tanta vida.
Se van a tomar las lágrimas, las horas que fueran nuestras: en gélidas calles nuevas se van a asolar mis huellas.
Se van a arañar las frases que al mundo hicieran feliz. Y no habrá quien te redima del más encumbrado gris.
Al verso que ardió con odio en aires de una morada, lo van a culpar errantes por tan repentinas alas.
Y cada vez que amanezca, en cada silencio espeso, al verde de tus rocíos le van a colgar un muerto.
A Claudia Jara.