Desprendió la coraza que tenía.
Se vistió de color su mirada y contempló de su corazón la desnudez.
La melancolía se quedó parada sin decir palabra, mientras ella se ponía sus tacones.
Pintó sus deseos de rojo carmesì y buscando su mejor sonrisa, caminó hacia sus deseos.
Se despidieron de ella el desinteres y la soledad, cuando sentía en su lengua el rico sabor de un vino tinto.
Sabia que era tiempo de volver a palpar esa sensación de una mirada sedienta, de otro cuerpo que palpita con violencia al sentir su respiración.
Sabía que su corazón no era de hierro y podía saltar como loco otra vez.
La dama de hierro se miró al espejo y ddibujó en su rostro una sonrisa picara y de complicidad.