Era una tarde como el ocaso mismo, el cielo rojo como las entrañas rojas del atardecer y más aún de ese crepúsculo entero de todo el día. Julyab era una dulce muchacha novicia, ella, todas las tardes rezaba el santísimo rosario sentada frente a la puerta de la iglesia. De tanto que rezaba rozaba sus dedos tan fuerte frotando las perlas del aquel rosario que se desangró esa tarde de sol en aquel triste verano y corrió la sangre por la puerta hasta la salida de la iglesia y apareció en el suelo contemplando un reflejo de la vírgen María, la que nunca pecó con sangre. Y fue el cielo o el propio sol que hizo un reflejo en el agua de cristal en aquella entrada hacia la iglesia. Y fue el verano más bello del ocaso en rojo color que dió aquella tarde tan hermosa.