No te diré que estuvo mal
el recibir aquellos versos, con desprecio,
y amenazando con dejarlos olvidados
en mi mesa.
No te diré que me dolió
que rechazaras a mis labios temblorosos,
cuando llegaban a pedirte solo un beso
de los tuyos.
No te diré lo que sentí
al comprobar una sonrisa seductora
de tu cara cuando me presentaste
a un amigo de la infancia.
Si acaso te diré, para ser justos,
que me alegro de los versos olvidados,
y por mis labios temblorosos,
que no fueron subyugados
por la falsa hipocresía de tu risa
y también de tus mentiras…
Rafael Sánchez Ortega ©
25/08/18