El hombre corrió detrás de mí
y me devolvió el sombrero
que el viento había arrancado de mi cabeza
para llevarlo lejos
lejos:
el sombrero volaba como un pájaro.
Después llegó otro viento,
esta vez fue más rápido que el hombre
y me arrancó de cuajo el mismo sombrero
que ya nadie lograría rescatar.
Ocurrió cerca de un río
al sur de la India, me volvió a ocurrir
en las sierras de Córdoba
y en la Puna
muy próxima a Bolivia,
y también en una plaza de la ciudad de Filadelfia
plagada de ardillas que surcaban los árboles
o brincaban sobre estatuas hechas con migas de pan.
Sucedió en otros sitios,
mejor no recordarlo
mejor no volver a la escena
en la que mis abuelos
treinta años antes de mi nacimiento
dieron vuelta aquel sombrero de fieltro
-redondel oscuro desbocado hacia el cielo raso
o hacia un futuro laborioso de rutinas y polvo-
para llenarlo de papelitos,
delgadas tiras blancas
con nombres de varón y de mujer.
Nació varón, mi padre
nació el niño que sería mi padre y
quedó el nombre de la niña colgado
en las aberturas del aire,
en el suelto aire
de la nada suspendido.
Después vino la niña y se murió muy pronto,
ese nombre
que escapó del sombrero fue guardado
con delicadeza
para mí, esa otra niña
que nació demasiado tarde
con un nombre prestado
que un sombrero dio a luz
antes incluso de que naciera mi padre
antes que la muertita me ofreciera su nombre.
Siempre he perdido mis sombreros
los perdí por supuesto en el tumulto de una pesadilla.
Una cantidad interminable de mujeres
que son yo misma, se disuelve
sobre infinitas profundidades
para que los cuerpos se extravíen como sombreros
en paisajes diferentes.
Soy -ya no hay remedio- esa mujer
que pierde constantemente sus sombreros
en cualquier parte
cerca del mar con preferencia. Los vientos
voraces
me los han ido arrebatando uno a uno
en lugares insospechados de este mundo,
tratándose de mí
no hay sombrero que permanezca donde debe,
los perdí montones de veces. Y los seguiré perdiendo.
Los sombreros huyen
huyen y se extravían
en este mundo repleto de ciclones
tornados
en la barahúnda
que aleja para siempre
a una sencilla mujer como yo
de sus sombreros.