Y ahí estaba mi corazón. Consciente de que estaba a punto de saltar al precipicio.
La audiencia lo miraba y se apreciaba la tensión.
Era un latir poco frecuente. Pero pocos son los que obedecen los sonidos de las primeras advertencias:
\"No saltes\", \"No corras\", \"No te pierdas\".
Aturdido entre las recomendaciones y los latidos que cada segundo parecían incrementar, y la ceguera que poco a poco comienza a dar, se escuchó una melodía desde lejos.
Era Claro de Luna, de Bethooven. Y como si se provocara un orgasmo, en un salto desde lo más alto el corazón despegó sus pequeñas venas ensangrentadas del suelo, dispuesto a lo que fuera.
\"¡Pero es que todos quieren este sentir, pero nadie se arriesga a las consecuencias! ¡Dejen de mirarme así! ¡Tengan el valor de saltar, de sentir, de salir corriendo y gritar al mundo cuanto son capaces de...\"
- EL CORAZÓN MURIÓ.