No lo niegues, mi niña
ya no eres la misma
y no hay brillo en tus ojos
y respiras sin calma
es cierto, disimulas
nadie sabe qué pasa
pero pesa la vida
y se encorva tu espalda.
Ojos negros, de fuego
que al mirar, consumían
ya se ha muerto ese fuego
quedan sólo cenizas.
Y te duele la vida
de tal forma,
que si miras, no miras
sólo ves el reflejo
de mirada perdida.
Y has perdido la risa
la sonrisa, el contento,
no conoces tu rostro
y tu voz se desmaya
y no emite sonido.
Sales poco de casa;
el afuera reviste
sólo melancolía.
Ya no está tu hombre amado
¿De qué vale la vida?
A.E.C