DEMÓDOCO

AYÚDAME, FUI DETENIDA Y ME INTERROGAN EN LA «DIRECCIÓN DE INTELIGENCIA MILITAR»

 

El Fiscal General José Ramón Medina, Presidente de la República Carlos Andrés Pérez y William Dávila Barrios (cortesía del reportero José Quintero, Prensa-ULA)

 

[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]

 

Por Alberto JIMÉNEZ URE

 

Comenzaba el Año 1992. Los rumores de «Tentativa de Golpe de Estado» eran comidilla en la Universidad de Los Andes y demás instituciones autónomas. Napoleón de Armas [Presidente del Correo de Los Andes] me invitó presenciar una reunión que tendría con el Vicealmirante Radamés Muñóz León. Al militar le pregunté sobre los «rumores insurreccionales», y nos dijo que tenían fundamentos. Pero –añadió- «el Presidente Carlos Andrés Pérez no cree probable que las Fuerzas Armadas Nacionales atenten contra la Constitución, Leyes y el Código de Justicia Castrense»

Se aproximaba la celebración de las Ferias del Sol y, durante un envite báquico del Colegio de Periodistas, tuve la oportunidad de conversar con «el pupilo» Héctor Alonso López.

-Héctor, ¿es cierto que Pérez tiene [entre sus secretarias] una hija de comunista? –le expuse-. ¿Sabe que intentarán derrocarlo o está sordo?

-¿Cuál comunista, Albert? –agitó dos interrogantes-. ¿Puedes revelarme su nombre? Ja, ja, je […]

-Domingo Alberto Rangel, fundador del «Movimiento de Izquierda Revolucionaria» [MIR] Se dice que informa al sector desleal de la FAN.

-Interesante, Albert. Eres imaginativo […]

Ese diálogo no trascendió. Pocos días más tarde, un poeta de nuestro grupo literario Aleph [Ramón Azócar, estudiante de Ciencias Políticas] organizó una fiesta en la residencia de la abogada y querida amiga Simonetha Tariffi [en la Urbanización «La Mata», Mérida]

No recuerdo, con exactitud, qué celebraríamos esa noche. Cualquier ocurrencia fue buena para reunirnos a escuchar música, beber y charlar de Política o Literatura. Pero, me sorprendió asistieran varias personas desconocidas, una de las cuales tenía aspecto estrafalario. Su ropaje multicolor y plagado de estampitas metálicas parecía una quincalla. Eso nos llamó la atención al poeta Fernando Báez y a mí. Comenzamos libar. El tipo, acompañado de una bella, se unió a nuestro selecto y contestatario «círculo de ebrios»:

-Ya no es sólo rumor que a Pérez intentará derrocarlo tropas rebeldes –expelí una frase ácida-. Pero, el carajo se muestra imbécil […]

-Ja, ja, je: lo es –dijo Báez-. Irrefutable.

-Coño, ¡que lo jodan por estúpido! –denostó Azócar.

Ninguna de las mujeres presentes participaba en la conversación, que aumentaba el tono irreverente a medida que la Heroica nos alteraba más los sentidos. Con firmeza, el «Quincalla» movió su larga y trenzada cabellera negra para preguntarme por qué yo estaba persuadido que ocurriría un «alzamiento»

-No es adivinación –le aclaré-. ¿Eres extranjero? ¿No escuchas el pueblo? En todo el país, la gente habla de ello.     

Fernando Báez discernió sobre armas letales. Su padre y juez le había obsequiado una pistola. Yo comenté que el armero e intelectual Toni Camilli Salvatore me advertía sobre la necesidad de comprar una. A causa de mis polémicos artículos periodísticos, la necesitaba: debía protegerme. También discutimos en redor a los «movimientos guerrilleros de nuestro hemisferio», la «Central de Inteligencia Americana [CIA] y Policía Política Cubana» [G2]

La parranda culminó porque no teníamos más Heroica y cada cual regresó, como pudo, a su casa o apartamento. Excepto Azócar, que pernoctó donde la italiana. Tomé un taxi y me fui con Marisol Mejías, que trabajaba en el Edificio de Tribunales con el «Juez Rector» del Estado Mérida.

No dormí. Me duché y comí pan dulce. Tomé merengada de lechosa y café. Luego fui a la Oficina de Prensa del Rectorado donde, antes de las 9 am., recibí una llamada de Marisol.  Había sido detenida por funcionarios de la Dirección de Inteligencia Militar [DIM] y la sometían a interrogatorios.

-Ayúdame, Albert –me rogaba presa de un incontenible llanto-. Estoy arrestada. Me permitieron telefonearte.

-Pero, amiga, ¿por qué? –me exalté-. ¿Cuáles son las causas?

-Deduzco que quieren detalles respecto a lo sucedido anoche. Ustedes hablaron de política, armas.

-No tuviste participación en esos diálogos de alucinados, Marisol: díselos. Estoy dispuesto ser interrogado, que te liberen y me busquen. Los esperaré frente al Rectorado, en la acera.

Una hora después, un vehículo de la DIM la trasladó hacia la Plaza Bolívar. Todavía sollozaba cuando fue a mi encuentro. Nos abrazamos. Lloré con ella.

-Les transmití que estás dispuesto ir a la Dirección de Inteligencia Militar, Albert, pero callaron. Me subieron al auto y aquí estoy.