¡Callad! ¡Callad! ¡No volved
oh lágrimas inmundas y perezosas!
Mas, todavía quiero, antes que a vuestra merced,
lo inconmensurable de las diosas
del amor y no en pos vuestra desgracia.
¡Oh, lágrimas hermanas de la tristeza!:
salid de mí (pues no hacéis gracia)
e iros al averno sin más pereza.
También existen lágrimas de alegría,
bien es cierto, que a éstas bien las quiero
y pocas veces las tengo de noche o de día,
pero son bienvenidas, pues son un bien placentero.
Lágrimas de cocodrilo: ¡embustera!,
¡callad! ¡callad!. No quiero vuestro pecho,
¡no, no!, alejaos y arded en la bandera
putrefacta que yo mismo os he hecho.
Lágrimas calladas que no paran de opinar;
necesarias por naturaleza y de por vida.
¡Callad! ¡Hablad! Sabed notar,
que jamás se callarán o hablarán sin despedida.