En la fotografía: el «Rector Magnífico» de la Universidad de Los Andes con los sacerdotes Miguel Antonio Salas y Baltazar Porras Cardozo (Década de los Años 80/Cortesía de José Quintero, Prensa-ULA)
[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]
Por Alberto JIMÉNEZ URE
Sólo periodistas, redactores-sumariales, detectives o espías entienden respecto a la peligrosidad de divulgar los «secretos de gobierno» que deciden compartir con terceras personas hombres que tuvieron poder político y fueron –súbitamente- trascendidos por organizaciones criminales. Por ello, cuando Don Pedro Rincón Gutiérrez [quien había presentado su renuncia como Ministro de Sanidad al Presidente Caldera, 1997] me pidió le grabara una denuncia contra sus ex compañeros de gabinete, alteró mis sentidos. Antes de toparme con él, a quien flanqueaban Pedro Velásquez y Pino Pascucci, una compañera de Prensa Institucional me había dicho «[…] que yo caminaba sobre una cuerda floja […]»
-La tarde de hoy, Eleazar Ontiveros Paolini me agasajará en su casa –me informó el ex ministro y «Rector Magnífico» de la Universidad de Los Andes-. Estás invitado, Albert. Lleva un grabador. Denunciaré cómo y por qué me presionaron mis ex compañeros ministros, que pretendieron practicarme «cohecho» para que yo cometiera con ellos «prevaricato»
-Iré, Rector –le prometí-. Ya Ontiveros Paolini me había invitado.
Sucedió en un ya desaparecido restaurant chino que funcionó en las inmediaciones de la Plaza Bolívar de Mérida. Velásquez y Pascucci almorzarían con él ahí, y los acompañé por un lapso de una hora. Tenía compromisos laborales. Luego, máximo a las 06 pm., debía presentarme en casa de Eleazar.
Conforme a lo pautado, todos convergimos antes del ocaso. Ontiveros, que siempre ha sido un caballero con aptitudes diplomáticas, nos ubicó a Rincón Gutiérrez y a mí en el área del jardín. Puso una botella de Old Parr sobre la pequeña mesa, hielo y soda. Apresuró su discurso el «Rector Magnífico». Bebíamos cuando inició su relato:
-Yo intentaba levantar la huelga del Sector Asistencial ofreciéndole remuneraciones dignas a médicos, enfermeras, personal administrativo y obrero. Me reuní con sus representantes sindicales. Pero, cada vez que solicitaba recursos a los ministros encargados de las finanzas públicas ignoraban mis petitorios de recursos […]
Un mesonero se acercó a nuestra mesa para ofrecernos entremeses, interrumpiéndolo brevemente. Nos dejó una bandeja con galletas, queso y tequeños.
-La noche anterior de nuestra reunión rutinaria-semanal con el Presidente de la República, los dos ministros de la Economía [CORDIPLAN y Finanzas] me buscaron en el hotel donde me hospedaba. No tuve una vivienda alquilada en Caracas. Ellos me propusieron solicitar a Caldera la aprobación de la compra de equipos médicos japoneses, con sobreprecio. Nos repartiríamos el excedente, por partes iguales. La aprobación de recursos para terminar con la huelga estaba sujeta a mi consentimiento. Intentaban convertirme en sus cómplices, mediante extorsión […]
Hizo una pausa y noté lágrimas en sus ojos. Serví más whisky para ambos.
-Esos desalmados no quieren al pueblo, Rector –murmuré-. Sospecho qué sucedió luego […]
-Los eché del hotel, Albert: pero, en la reunión de «Consejo de Ministros» le recomendaron a Rafael Caldera que solicitara mi renuncia por inepto y alcohólico. No quise defenderme informándole al Presidente el asunto del «cohecho», porque está muy enfermo. La situación era compleja, por ello decidí salir del gobierno.
-Ya grabé suficientemente, Rector.
-Bien, vayamos hacia donde están los demás. Querrán conversar conmigo. Vamos, Albert. Trata que al diario El Nacional gusten mis declaraciones […]
-Son impactantes, pero no dependerá de mí que aparezcan. Preguntaré si están interesados en difundirlas.
La agitación política que experimentábamos los venezolanos me impidió satisfacer a Rincón Gutiérrez. Destruí la grabación. Aquellos fueron días tormentosos para mí: la madre italiana de mis hijas padecía un avanzado cáncer, y me rogó le prometiese que evitaría inmiscuirme en asuntos políticos que vulneraran mi vida y la de nuestras chicas.
-Moriré antes que tú y debes mantenerlas salvas –me repetía una e infinitas veces.