“Con el numero 10 en el pecho”
En medio de las polvaredas que de vez en vez se levantan en aquellos campos de futbol, los patojos (niños) corrían tras el balón, en equipos de 20 contra 20, sin más reglas, que las ganas de jugar… Soñando, fantaseando y hasta sintiéndose por un momento en un campo de futbol engramado, con las porterías con red, el hombre vestido de negro y ellos luciendo el uniforme de su equipo favorito con el número diez en la espalda.
Luis Carlos desde siempre se había soñado jugando en uno de los equipos de futbol de la liga de mosquitos del barrio. A pesar de que jugaba chamuscas (partidos callejeros) con los demás patojos (niños) de la cuadra, el jugar en una liga era algo que veía imposible por esas cosas que no saben los patojos explicar… Por aquellos días uno de los papas entusiastas de la cuadra, decidió formar un equipo de futbol, total había suficiente material en aquella cuadra donde toda una generación de patojos fue a crecer; así que hablo con ellos, los cuales rápidamente mostraron un gran entusiasmo y en poco tiempo empezaron a entrenar. Aun no decidían el color del uniforme, ni el nombre del equipo, pero igual todas las tardes se reunían para entrenar y discutir la inscripción del equipo en la liga de mosquitos. Luis Carlos los miraba a la distancia, sin atreverse a acercarse, pero con una ganas de jugar que trataba de disimular. Una de aquellas tarde Gustavo Adolfo y Fernando que eran más conocidos como El pepino y El Bushaca respectivamente, fueron directamente a buscarlo a su casa, para invitarlo a que se integrara al equipo, pero como pudo les explico sus razones, aun que estas eran evidentes, les dijo que no, ellos le insistieron ante su negativa y le pidieron que lo pensara y que siempre lo estarían esperando.
La nueva temporada estaba por iniciar y las formalidades para la inscripción del equipo en la liga iba viento en popa, fue por aquellos días que Luis Carlos sobre poniéndose a sí mismo, pidió el poder jugar con el equipo, a lo cual no todos estuvieron de acuerdo, aun que no lo manifestaron abiertamente y como sucede con los niños, tienen ese sexto sentido , que intuye el rechazo, lo cual no alcanzaba a entender dado que muchas veces había jugado con ellos en la calle y en aquellas chamuscas sin tiempo, ni reglas metía goles y había demostrado tener cierto dominio del balón y sus amigos lo sabían, pero pensaban que una cosa muy diferente eran aquellas chamuscas y otra jugar en una liga por competición. A pesar de aquello, el entusiasmo pudo más en el corazón de Luis Carlos y a la hora de la cena les comento a sus padres sobre su gran logro, pues jugaría en la liga de futbol del barrio, sus padres se mostraron entusiasmados, pero tenían sus reservar aun que no hablaron de ellas. Aquella misma semana el papa de Luis Carlos le compro sus primeros zapatos de futbol, los cuales al verlos el niño le provoco que las lagrimas rodaran por sus magias y una intensa alegría que hasta brillaba el sol en sus ojos… Aquella noche se los probó una y otra vez y siendo nuevos los lustro con tal dedicación para que tuvieran más brillo. Fue tanto su entusiasmo que aquella noche durmió con los benditos zapatos puestos…
Por fin empezaba la temporada y finalmente después de muchas discusiones al respecto habían optado por un nombre para el equipo, se llamarían “Luciérnagas Azules” pues siempre entrenaban hasta caer la noche y obviamente el color de la camisola seria azul cielo y pantaloneta blanca. El equipo estaba compuesto por 20 niños por lo cual algunos tendrían que esperar su turno en la banca y entre ellos estaba Luis Carlos. Además existía un inconveniente y era que a nadie se le había dado la camisola con el número diez, pues a acepción del portero y uno que otro niño, todos querían ser delanteros y llevar el número diez en la espalda. Y para resolver el asunto el entrenador había decidido no darlo, si no que, él que quisiera serlo, tendría que ganárselo a base de buen juego, garra y disciplina.
En aquel primer partido, Luis Carlos no jugó, lo cual no le causo ninguna decepción, todo lo contrario entrenaba más fuerte y sabia que ya llegaría su oportunidad para demostrar sus cualidades como jugador. En el segundo partido le permitieron jugar los últimos diez minutos y apenas toco pelota, pero él seguía entrenando. Después de perder el primer encuentro y haber empatado dos, el papa entrenador decidió pedir ayuda a un viejo amigo, que era todo un veterano en la primera liga de futbol del país. El de buena gana acepto y aun que no los podía entrenar de forma constante, fue creando en aquellos patojos un sentido de responsabilidad y de unión entre ellos, que era lo importante para funcionar como equipo.
Aquella semana Luis Carlos había contado, los minutos, las horas y los días para que llegara el domingo, pues debutaría por primera vez como titular. Llagado el día, se levanto muy de mañana a lustrar sus zapatos y ver que estuviera listo su uniforme, al llegar al campo nunca faltaban las miradas imprudentes, que se dirigían hacia él a lo cual de una forma u otra ya se había acostumbrado, sus demás amigos y compañeros de equipo uno a uno se iban sumando, pues él había llegado con más de una hora de anticipación. Ese día estarían allí el papa entrenador acompañado de aquel viejo lobo del futbol. Antes del partido hablaron de sus tácticas de ataque y defensa, de la disciplina en el planteamiento y en la posición que cada uno jugaba. Finalmente llamo el árbitro a los equipos y momentos después dio inicio el encuentro, a los pocos minutos ya les habían anotado el primer gol, pero aquel viejo lobo les gritaba que mantuvieran la moral y les recordaran lo practicado, sus palabras eran como un viento soplando en las espaldas de los “Luciérnagas Azules” que les puso alas y sus pases empezaron a ser más precisos, peleaban cada pelota, hasta que en una jugada impredecible, Luis Carlos corrió como pudo y puso la pelota justo en la pierna de uno de sus compañeros y anotaron el primer gol. Así empatados se fueron al descanso, el viejo Lobo les dio algunas indicaciones y no realizaron ningún cambio como era la costumbre para darle chance a que todos jugaran, pues el aducía, que como equipo estaban funcionando y que era mejor hacer cambios sorpresivos para desequilibrar al rival. Empezó el segundo tiempo y los patojos entraron con más ganas de salir a buscar su primera victoria y así fue pues a los diez minutos Luis Carlos anoto el gol. Que resultó siendo el gol de la visoria. Poco a poco Luis Carlos empezaba a mostrar su capacidad para el ataque y principalmente para posicionar la pelota de forma que sus compañeros anotaran goles.
“Los Luciérnagas Azules” poco a poco iban mejorando y evolucionado como equipo, pero había en todos ellos una pregunta: ¿Quién sería el número diez? Más nadie se atrevía a preguntar. Días después, en una de esas sesiones que tenían, aquel viejo Lobo y el papa entrenador les anunciaron, que finalmente habían decidido quien portaría la camisola con el número diez, todos esperaban con ansias el anuncio. Y después de explicar en que habían basado su decisión les dijeron que Luis Carlos era el escogido a lo cual algunos manifestaron su descontento, uno de ellos dijo: ¡Ya bastante es tener que jugar con un lisiado en el equipó! Otro más dijo: Si esta nos hacen burla y se ríen de nosotros por tener a alguien como él en el equipo. El viejo Lobo sintió el dejo de tristeza que se asomo a la cara de aquel niño. Por lo cual decidió pedirles que pararan sus comentarios y les empezó a contar la historia de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Les pregunto: ¿Quién de ustedes a escuchado hablar o ha visto partidos en la televisión de Pele? Todos ¡Verdad!. Pues déjenme decirles que antes de Pele, hubo un gran jugador, que está considerado como el mejor puntero derecho de la historia, jugó en tres copas del mundo, coronándose campeón junto a su equipo en dos de ellas y por si fuera poco fue el goleador de la copa en Chile 1962 además de ser considerado el mejor jugador de dicha copa y saben una de las características de este jugador era que al nacer tenia una de sus piernas más larga que la otra y por cosas de la vida sufrió de poliomielitis en su niñez… Al decir esto miro a Luis Carlos, quien no lograba disimular las lágrimas en sus ojos y una emoción que le apretaba el corazón. Luego continúo y contagiado de esa emoción, les volvió a preguntar: ¿Y saben cómo se llama, este jugador? A lo que nadie respondió. El les dijo: Manuel Francisco dos Santos, más conocido como “Garrincha” al escuchar “Garrincha” ellos supieron de quien hablaba, pues mas de alguna vez habían escuchado a sus padres hablar de este gran jugador, pues fue en ese tiempo cuando se le familiarizo a la selección brasileña con el famoso “Juego Bonito”. Al escuchar aquella historia, los niños se acercaron a Luis Carlos para abrazarlo y pedirle disculpas y uno de ellos dijo: Debemos de sentirnos orgullosos pues nosotros tenemos nuestro propio Garrincha… Y estuvieron de acuerdo que el merecía llevar la camisola con el número diez y se la dieron, la tomo en sus manos, le dio la vuelta para dibujar el numero con sus dedos y luego dirigiéndose al Viejo Lobo, le pregunto: ¿Y qué numero usaba Garrincha? Él le contesto: El número siete. A lo que Luis Carlos replico, si yo voy a ser el Garrincha de “Los Luciérnagas Azules” usare el número siete. Y así fue, cada vez que jugaba Luis Carlos en aquellos campos polvorientos, atraía las miradas hacia él, pero ya no eran esas miradas incomodas, si no miradas de admiración a alguien que llevaba el número diez en el corazón.
Oxwell L’bu