Alejandro Tapia

Parque.

Parque.

 

 

Cae mi mirada en mis manos vacías, en mi espalda encorvada pesa el aire.

El sol zumba en mis oídos y me satura de imágenes.

Las sombras, estenopeicas fotografías del viento y de los árboles son la muda y atrapante danza que sensual me llama al momento del aquí y ahora con olores y colores de jardín.

Soleados clamores inundan los anchos espacios de la ciudad y me conducen a lúdicos toboganes imaginarios que lucen tan dorados como los destellos de las fuentes y su espuma artificial de un Neptuno de mar artificial  pero que igual baila en la retina.

Las imágenes se dilatan, el calor empieza a expresarse pero aun es joven y se mitiga fácil, gente esparcida todas con sonrisas pero nadie pensando en la bendición que significa esta húmeda y vegetal postal.

Me rodea el verde, me rodea el espasmo fugaz e inmutable que es una tarde a comienzos de abril. La brisa sopla apenas lo suficiente para refrescar mi frente. Inhalo profundamente y siento un sutil perfume tan dulce y vivo, olor a primavera que recién llega.

Templada y húmeda caricia en mi mejilla que es la prueba de que sigue la vida como sigue el día, como sigo yo.