[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]
«Hacía tiempo que deseaba venir a veros, queridos hermanos y hermanas de Venezuela […] Vengo a la tierra de Simón Bolívar, cuyo anhelo fue construir en este continente una gran nación» (JPII)
Por Alberto JIMÉNEZ URE
Estaba previsto que el Papa Juan Pablo II llegase a la ciudad de Mérida, donde daría una misa en un amplio y virgen terreno del Sector «La Hechicera», a una distancia de tres kilómetros de la Plaza de Toros [28-01-1985] Según los pronósticos, aproximadamente 500 mil personas se concentrarían en el lugar, desesperadas por ver al pontifex. El día anterior a su arribo, Luis Velásquez Alvaray me buscó muy temprano, en el apartamento de la Calle 35 que ocupé durante lustros.
-Albert, por favor, comunícate urgente con la propietaria del edificio –suplicó-. Contraté 30 cocineras para que preparen miles de emparedados que serán vendidos en el encuentro con el Papa. Invertí mucho dinero en los ingredientes, necesito el local comercial de la planta baja de este edificio. Está disponible.
-Eso es una locura tuya –le advertí-. ¿Dónde podrás refrigerar tantos sandwichs? ¿Estás seguro que no se descompondrán almacenados ahí?
-Sólo permanecerán durante este día y noche, no se dañarán. Ganaré mucho dinero con esa venta. Lo planeé bien […]
Llamé –telefónicamente- a la dueña y acudió en pocos minutos. Pactaron cuánto debía pagarle Velásquez Alvaray por el alquiler del local. Le entregó las llaves. Marchó y conversé un rato con ella, a quien pareció una idea descabellada preparar alimentos abajo, manteniéndolos no ventilados ni refrigerados durante 24 horas. Además, sin la higiene adecuada para tal fin.
Todavía dialogábamos cuando Luis regresó con las mujeres e ingredientes para preparar los productos. De varias camionetas, bajaron cincuenta kilos de jamón y queso rebanados. Igual cantidad de panes. Frascos industriales de mayonesa y salsa de tomate. El local estaba equipado con mesas y sillas, porque ahí había funcionado un restaurant.
Fui a Prensa de la Universidad de Los Andes y comenté el asunto con mis compañeros de trabajo. A todos pareció inconcebible.
-En 24 horas, sin refrigeración, esos alimentos comenzarán pudrirse –dijeron al unísono-. Velásquez Alvaray quiere enriquecerse repentinamente, pero intoxicará a mucha gente. No actúa como profesor universitario […]
Lugo de las 2 pm., regresé al edificio. Miré por un ventanal y comprobé que las cocineras ya tenían promontorios de emparedados sobre las mesas, sillas y hasta en el piso. Numerosas moscas invadieron el recinto, cuyas ventanas las sudorosas chicas mantenían medio abiertas por órdenes del patrón.
Al siguiente día, conforme a sus planes, Luis transportó en varias camionetas tipo «pick ut» impresionantes cantidades de sandwichs hacia el lugar de la concentración religiosa. Pero, sucedió que los asistentes llevaron su propia dotación de alimentos y bebidas. Preparados con familiares, vecinos y amigos para ahorrar gastos. Además de Velásquez Alvaray, otros tuvieron la misma ocurrencia y también perdieron sus productos en proceso de pudrirse que devolvieron a sus depósitos. Luis desapareció, no asumió su responsabilidad y la hediondez obligó a la propietaria del edificio pagar el saneamiento del local. Nunca honró su deuda con ella.