Recuerdo la calle aquella
donde nos conocimos,
y recuerdo la acera estrecha
donde nos cruzamos y te empujé,
sin darme cuenta.
También recuerdo la frase atropellada
y nerviosa, disculpándome,
y tus ojos, que los recuerdo,
con su alegría al mirar los míos,
aceptando mis palabras
y disculpas.
Pero te recuerdo a ti, minutos más tarde,
cuando te vi en la cafetería de la plaza
tomando un capuchino.
Creo que nos miramos, nuevamente,
que sonreímos
y que me acerqué a tu mesa.
Nos presentamos,
charlamos de mil cosas,
pedimos otros cafés
y hasta recordamos el empujón
que hizo que nos conociéramos.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/08/18