Embriagado por el licor de las ratas de la indiferencia
Qué ignoran mi lamento de niño viejo,
Mi habitación y su cruel hedor transmiten viejas poesías
De tiempos junto a prostitutas qué un día cobijaron mis sueños
La puerta del cielo está cerrada, el vuelo no fue tan alto.
Veo las grietas y la choza mortecina que atrapa mis gritos
De desesperación, no alcanza el sol a iluminar mi decadencia humana;
Pues no queda carne sobre mí ser.
La disyuntiva de elegir mi muerte es cada día más innecesaria,
El suplicio golpeó fuerte y el aposento me recogió hambriento;
Soy comida para los gusanos y excremento para los perros
Qué orinan sobre lo que queda de mí.
Fríos ojos observan mi final, como si fuese un espectáculo
Teatral. Quizá la vida es una muerte sin igual o el bello deleite
De la individualidad egoísta, como la caridad, ¿Es preciso leer este escrito en el
Tormento de un lamento? ¿Sentir el tibio aroma de los muertos?
Embriagado por el licor de las ratas de la indiferencia, cada día soy una más de ellas.