Llega un momento en que te detienes,
tomas respiro y miras a tu alrededor,
has estado tan atareado persiguiendo una meta
que no te has dado cuenta
que te has quedado solo
y ni siquiera sabes en donde te encuentras.
No reconoces el paisaje, ni el camino,
y ni recuerdas cual era esa meta,
en algún punto te equivocaste
y tomaste un sendero sin retorno.
Tus compañeros de viaje se han perdido,
unos cedieron al cansancio,
otros se hundieron en la noche
y aquella mano que soltaste,
ya no has podido volver a estrecharla.
Entonces te das cuenta de que has fracasado,
que estas solo ante un paisaje
que no es tu paisaje
y que en tus oídos tan solo resuenan
los aullidos del viento.
Lo que empezó siendo una vereda,
es un erial angosto rodeado de vacío
y la niebla hierve
hasta abrasarte los ojos,
buscas esa mano
y solo alcanzas zarza y pedregales,
gritas lloras y maldices
pero hasta el eco se ríe de tus súplicas,
lo has tirado todo por la borda y ahora,
tan solo eres un lastre de ti mismo.