El artista es desdichado, valga la redundancia.
Rechaza tal rótulo porque su naturaleza no amerita bautismos mundanos.
La tristeza en el arte es tanto parturienta como recién nacido, y a su vez, la dolorosa maravilla de dar a luz. Esto genera un efímero instante de alivio que se traduce en placer y solemos confundir con felicidad. Durante esa confusión nos reconciliamos con la vida.