Fue preciso que te viera,
que sintiera tus palabras
recitando mi poema.
Me dijiste que tus ojos lo leyeron
una tarde, en el cuaderno de una amiga,
y quedaste impresionada
por la rabia que llevaba.
Yo quedé muy sorprendido
y pensé que exagerabas.
Recordaba aquel poema
como fruto de unos versos
que salieron, sin pensarlo.
Fue una tarde de septiembre
en que volaron esas letras de mi cuarto
intentando ver las olas de la playa,
pasear por sus arenas,
embriagarse con el yodo
y el salitre de las aguas.
…De esta forma coincidieron nuestros pasos
a través de mi poema.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/09/18