Carlos Brid

LOCO TIEMPO QUE VUELVES SIN PERMISO

 

Entonces la tarde se hizo atardecer.
El tiempo del sol había pasado,
sus reflejos abrazaban la noche
de maneras urgentes.
Impetuoso ocaso de mar
Y como si fuera una fuerza indomable,
aparecieron las lágrimas de plata,
que también son las lágrimas

que la vida cuelga

del techo del mundo en las noches,

que también son tristeza de estrellas

que se descuelgan del firmamento

y flotan apenas sobre el oleaje

en un paisaje irreal y solitario

que también son lagrimas saladas

porque el mar a veces se muda a los ojos
con un ardor en las mejillas.
Y después la soledad,
lo que pudiera haber sido
y el tal vez
clavado en mi costado
impiadoso 
hiriente y despechado.
Y en esa huella de recuerdo,
irrumpe perverso lo que fue

y no debería haber sido

Irrumpe con la fuerza de la repetición

en la vigilia o en el desierto del insomnio

 y entonces como antes, como ahora,

y tal vez como siempre
me refugio en el laberinto de las edades,
en los constelados lapsos
donde todo se detiene.
en la memoria selectiva,
y entonces las horas ya no sangran,
flotan como sargazos, quietas,

hacia un mar misterioso que no conozco

y entonces cuando eso sucede

cuando algunos dolores se van,

en los carruajes del recuerdo,

yo me asomo y veo el cielo nocturno

en calma, con las luces a lo lejos

colgadas en un terciopelo negro

y salgo de esta trinchera de silencio

a seguir estando, a seguir viviendo.
-Loco tiempo que vuelves sin permiso!
Carlos Brid

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